lunes, 9 de mayo de 2011

ENREJADOS

Hace unos años conocí a alguien en una página de contactos. Nos entusiasmamos de diversas maneras en esa cuarta o quinta dimensión de los e-mails, los chats, las videollamadas, los ficheros adjuntos y la compartición de carpetas. Me pidió que le enviara algunas fotos, a lo que yo accedí encantado y me pasé un buen rato haciendo una pequeña selección de cuatro instantáneas. Esta fue la primera adjunta:
 


Las otras variaban, un paisaje, una de la serie de las nadadoras y otra de la serie de las mesas. Nunca volví a tener noticias suyas, lo que me llevó a cuestionarme qué era lo que había sucedido con las fotos ¿encerraban quizá algún mensaje que a mí mismo se me había pasado por alto?

Las miré de nuevo y me paré precisamente en la primera, el enrejado. Desde siempre he hecho fotos de detalle de esas uniones metálicas. Podría quizá pensarse, pensé, en una obsesión oculta, mía, por esos enlaces indisolubles, retorcidos, de los que uno no se puede desembarazar salvo meter un buen corte de cizalla. Por imaginar hasta imaginé la cara de espanto de mi interlocutor y llegué a verme  como el ‘monstruo de las intenciones atenazantes’, hasta que sacudí la cabeza para desalojar esas absurdas imaginaciones.

El caso es que he seguido haciendo fotos de las vallas enrejadas, me es inevitable, me atraen esas, para mí,  obras de arte surgidas de las máquinas y de las manos de los hombres, obras de arte sin querer.  


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